Dice una compañera que sabe de esto que «uno/a enseña lo que necesita aprender».

Parece paradójico, pero nada más lejos de la verdad : creo que la mejor manera de aprender algo es enseñarlo.

Cuando tienes que explicar algo a otra persona , no te queda más remedio que asegurarte de que tú mismo/a lo comprendes bien.maps

Si tienes que explicarme cómo se llega a un sitio, posiblemente  buscarás en Internet la ruta y luego añadirás tus propias referencias ( una rotonda, un bar que está enfrente, un puente,..) para orientarte y para  explicarme , porque sabes que complementan la información.

Según las teorías cognitivas del Aprendizaje, el conocimiento que se asimila a largo plazo es aquél que se elabora, se relaciona con otros conceptos y adquiere un sentido para nosotros/as.

Y todo este proceso es el que tiene que ocurrir cuando instruimos a otros/as. Los temas que mejor recordamos al estudiar  son aquellos que hemos tenido que explicar a los compañeros como trabajo de clase ; no es que el /la profesor /a fuera un vago ( que también puede ser) sino que conocía esto.

Yo me he dado cuenta de que cada vez que explicamos o compartimos  una idea concreta, descubrimos algo nuevo de ésta.

Bien porque el aprendizaje se construye de forma social, en interacción con otras mentes pensantes, o porque cuando vuelves a explicar lo mismo en momentos diferentes posiblemente tú también has cambiado y has aprendido algo nuevo.

En fin, que enseñar y aprender pueden ser caras de un misma moneda. Y recordar esto es lo que puede aportar humildad a los que enseñan y confianza a los que aprenden.

Hace poco vi una película que me sorprendió, Langosta (Yorgos Lanthimos, 2015). En ella ( no haré mucho spoiler), varias personas se alojaban en un hotel para buscar pareja. De forma casi mecánica, se emparejaban por tener algo en común, ésa era la única regla. Unos porque les sangraba la nariz, otros por tener un humor sádico,…langoss

Aún sabiendo lo irreal de la historia, sí me parece que convivimos con la creencia de que cuanto más nos parecemos, hacemos «mejor pareja», «pegamos más» o tenemos más futuro juntos. Como si el éxito de una pareja radicara en solaparse.

Buscamos  una actitud, interés, preferencia o manía en común que  justifique  el hecho de estar juntos. Y si no la hay, somos capaces de cambiar nosotros/as  mismos/as para parecernos más a la otra persona.

Esto ocurre, claro, de forma inconsciente( de hecho casi siempre son los demás los que se dan cuenta de este cambio ) porque responde a un miedo a descubrir que «somos diferentes y por eso no podemos ser felices juntos».

Todo esto cambia si pensamos que sólo necesitamos  intereses comunes suficientes como para tener de qué hablar ( y ya compartimos mucho  por compartir la condición humana y lo que acarrea) , pero sobre todo, capacidad y disposición para cubrir las  necesidades de la otra persona ( seguridad, afecto, estabilización,…).

O buscar lo mismo, un proyecto que construir en común , cada uno/a desde su idiosincrasia , ya sea un viaje, una casa, un hijo o un negocio.

Las diferencias son inevitables, al igual que los conflictos . Nuestra felicidad depende de si las vemos como una amenaza o si las aceptamos , quizá, como una oportunidad de enriquecimiento.