Hace unos días dirigía un ejercicio con un grupo de personas que siemrpe me ha resultado bastante interesante : cada uno de ellos se colocaba en la frente con una cinta un cartel que le asignaba una característica o un rol ( DIRECTOR/A, CARADURA, GRACIOSO/A,IGNORANTE, PELIGROSO/A, «??? «). Cada persona era incapaz de ver el contenido de su propio cartel, pero podía ver claramente el de los demás.
Se les proponía que hablaran durante cinco o diez minutos de un tema que todos conocieran y al final de la conversación se comprobaba si eran capaces de deducir cada uno de ellos el cartel que llevaba colocado. Aunque unos con más dificultad que otros, todas las personas se aproximaron al «personaje» que sin querer habían interpretado.
Es decir: según cómo observo que me tratan los demás, puedo identificar cuál es mi papel o quién soy dentro mi entorno… al margen de rasgos de personalidad, las actitudes de las personas y su autoimagen se va configurando siempre a partir de cómo interacciona y de lo que observa a su alrededor, sobre todo lo que observa de los demás hacia él /ella.
Si a un niño o a una niña desde que nace lo tratamos por ejemplo como di fuera muy hábil para el ajedrez, independientemente de sus resultados en el juego , es posible que se convierta en un gran ajedrecista, porque confiando en que tiene capacidades para ello se esforzará más en practicar y le gustará más este juego porque sabe que es bueno en ello, sobretodo a determinadas edades en que los niños tienden a repetir juegos y comportamientos sobreaprendidos porque les gusta comprobar su éxito y sentirse ganadores o superiores a otros. Y puede ocurrir también al revés. Es la profecía autocumpida.
Miren a su alrededor. Y luego mírense ustedes. ¿Qué parte de mi soy yo realmente y qué parte es un reflejo de lo que los demás ven en mi? A veces no es tan fácil de diferenciar.